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UN POCO DE AMOR FRANCES



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Salvo el amor tierno, salvo el amor tierno, no siembro otra semilla.

Rumi, poeta musulmán (1207-1273)



Mi amigo Patricio es una persona muy agradecida. A él le gusta agradecer, ve una señorita bonita por la calle, y le agradece la belleza que le hace tanto bien a sus ojos. Cuando gana Sanloré, le agradece a Francisco por la buena onda. Y si hace un gol en el fulbito de los domingos, aunque se haya gambeteado a medio equipo, igual va y le agradece a quien le dio el pase. Es muy agradecido Patricio.


En estos días le anda agradeciendo a los explicadores que lo ayudan a dormir tranquilo, a entender el porqué de las cosas. Están los que le explican que la culpa es del imperialismo yanqui, están los que le dicen que el problema son las religiones. A todos les agradece, así le resulta más fácil entender.


Hace un par de semanas, conversando con Patricio, me contó que él había aprendido a subir escaleras leyendo las “Instrucciones para subir una escalera” de Julio Cortázar… se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón… a Patricio le gusta que le expliquen, siempre le agradece a los escritores cuando son claros y concisos.


En esa charla, Patricio también me contó que venía de leer a otro escritor, de apellido Ranciere, que habla de “correr el velo que el sistema explicador pone sobre cualquier cosa simple”. Me decía Patricio, que mucho no lo entendía a Ranciere, pero que le agradecía la palabra “explicador”, que tiene linda sonoridad.


Y como a los escritores nos gusta mucho hablar de otros escritores, aproveché para contarle a Patricio que pocos días antes había leído un libro de Milan Kundera, donde menciona al filósofo Heidegger con su idea de “voluntad de voluntad”, que muchas veces las guerras, los conflictos históricos, no tienen una razón lógica, sino que son más bien irracionales, hay “voluntad de voluntad” en el humano. La fuerza por la fuerza misma, “a ver quien la tiene más larga”, como dirían en mi barrio.


Ese día yo estaba un poco verborrágico, y le seguí hablando a Patricio, que siempre agradece la posibilidad de escuchar. Le dije que yo sí creía entenderlo a Ranciere, que en ese mismo libro de Kundera, se dice que “el hombre desea un mundo en el cual sea posible distinguir con claridad el bien del mal porque en él existe el deseo, innato e indomable, de juzgar antes que de comprender”. A los humanos nos gusta andar justificando, buscándole una razón a los acontecimientos, insistimos en querer explicarnos aún las cosas que no parecen tener una razón que podamos comprender.


Patricio estaba muy contento con la charla, no sabía cómo agradecerme por haber incorporado a su vida algo de la sabiduría de Milan Kundera. Me dijo que me iba a invitar a unos mates a su casa, que era lo mínimo que podía hacer.


Por esas cosas de la vida adulta, recién pudimos juntarnos la semana pasada. Cómo andás, cómo andás vos, que poco jugó San Lorenzo contra el Real, hasta que salió el tema de “Charlie Hebdo”. Como a mí también me gusta explicar, le dije que yo lo veo bastante simple al asunto: había personas que trabajaban de hacer dibujitos, y otras personas que las mataron por algo que no les gustó en esos dibujitos.


Le dije a Patricio que dibujos y muerte son dos cosas que se me hacen muy distintas. Un absurdo equipararlas, un sinsentido, como otros tantos en la larga historia de la enfermedad humana.


Porque hoy son extremistas islámicos, ayer fueron nazis, mañana va a ser un niño rico con tristeza en un colegio de Estados Unidos, hace dos mil años fueron los que colgaron a Jesús de una cruz, y dentro de un mes será el que mata a su mujer porque le metió los cuernos.


Es la historia de la enfermedad humana, con el agravante que hoy día existe la pólvora, y los que matan tienen la cobardía de no poner el cuerpo. No son boxeadores, que pegan, pero pueden pegarles. No, son cobardes, matan por la espalda, sin posibilidad de defensa.


Sospecho que Mandela algo sabía cuándo decía que “nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen o religión. El odio se aprende, y si es posible aprender a odiar, es posible aprender a amar”.


El amor es urgente, ya lo decía el poeta. Mi amigo Patricio, de tan agradecido que estaba con la charla, salió al supermercado chino, y compró un par de sanguches con pan francés, y otros con pan árabe. Todo muy rico, por cierto.

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