Presentación libro Sinfonía de los pájaros
Texto leído por Juan Pablo Bonino en la presentación del libro...
El libro empieza y se cierra con dos epígrafes del rock nacional. En el primero Miguel Abuelo nos remonta a nuestra propia experiencia: “…la vida es un libro útil / para aquel que puede comprender”. ¿Comprender qué? Desde el principio este libro de Andrés Lewin nos interroga como lectores por la relación entre poesía y experiencia de vida. Una vez terminado el libro o en su límite, en la última página leemos este acápite de una canción de Divididos: “...luz, luz, luz del alma / soy un hombre que espera el alba”. Entre esas dos canciones, la primera de 1984 y la segunda del 2000, se abre otra pregunta: ¿cómo es la relación de Sinfonía de los pájaros con la música? Con el rock argentino por un lado, y con todo aquello que remite a la musicalidad dentro de cada poema, eso que le da una entidad fónica, propia del sonido o de la voz, o incluso, después de leer el libro, con el silencio que hay entre página y página.
¿No es acaso el anacronismo de este libro su propia singularidad? La propuesta es por un ojo que reivindica el rabillo y lo que se entrevé en ese tiempo pequeño y valioso. El autor dice: “…ver es tan distinto de mirar…”. Una mínima diferencia que se vuelve una poética de ese momento que no pasa y que propone una apertura hacia otro tipo de percepción: es la contemplación de la naturaleza, atravesada por una pupila urbana que sólo se detiene, para, como dice un poema: “…parar el mundo…”. Esa detención está en el ritmo de los poemas donde los versos caen con esa cadencia que puede oírse mejor en la lectura en voz alta del propio autor. Andrés recitando es un hombre de otro tiempo y se puede ver en sus ojos acompañando los bailoteos de su voz.
La continuidad de los elementos de la naturaleza la vuelve uno de los puntos ineludibles en la lectura del libro: el aire, la piedra, el agua, la tierra, el viento, la luna y los animales son intercalados con esa paciencia imperturbable de quien sabe que ahí se esconde algo. Ese algo más no es la precisión de una fotografía, sino como esas pinceladas de la pintura expresionista, pero en estos poemas no aparece la perturbación, sino una dicha suave, o como dice el poeta: “…para continuar el camino / de la tranquila alegría”. La ausencia de euforia genera un efecto de intimidad y la sencillez del lenguaje nos recuerda a esas canciones que requieren un interlocutor auténtico, porque se dirigen, al decir del yo poético, a “la llama que es nuestra / y de todos los nuestros”.
Si pensamos el libro en términos de colores, la luz está en un extremo que desemboca en lo callado de la noche y sólo dicho así podría parecer solemne, pero no lo es. En medio de los poemas hay referencias a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Moris, está el “Che” Guevara, Atahualpa Yupanqui, Lennon, Gandi y Juan Román Riquelme. La cultura popular es un espacio donde moverse porque es el lugar de los personajes del libro. Son puntos de referencia para leer los textos porque desde ahí el yo poético abre su ventana para mirar mundo. La lupa está puesta en esos personajes que descorren el velo y dicen: “…todos somos maestros alumnos / todo el tiempo que somos”. El libro de Andrés es nostálgico en la medida en que pueden empezar a sentirse aguijonazos de la finitud, pero vale la pena leerlo porque está lleno de secretos, que los dibujos de Adro Tenembaum invitan a conocer, pero bien deciden guardar.
Andrés hoy presenta su tercer libro de poemas y ya es programático porque tiene un universo de intereses que persisten y crecen, se mueven, pero mantienen su énfasis en la sabiduría del barrio y tienen como horizonte la naturaleza. El efecto de los poemas es que el yo poético y eso se nota, sabe de lo que nos habla. Leemos y queremos mirar el mundo como él lo ve, alejamos los ojos y vuelve el deseo de la lectura porque su honestidad tiene el mismo secreto que le dijo el zorro a el principito: “…no se ve bien, sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Con Sinfonía de los pájaros, Andrés nos invita a repensar nuestra infancia. Juan Pablo Bonino