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Los Solaris




LOS SOLARIS



Había una vez… truz.


Truz, truz, truz… Me llamo Oscar Cito y acabo de cumplir veintidos años. Les voy a contar de mí y también alguien que no soy yo, alguien que escribe, les va a ir contando también. Truz puede significar muchas cosas, o puede no significar nada. “Mucho” y “nada” son cosas distintas, o lo mismo, porque son ambas palabras. Así como el perro pekinés y el ovejero alemán son la misma cosa, perros, también es así con las palabras “mucho” y “nada”, palabras. Argentina, Bongwutsi, Uzbekistán y Burundí son la misma cosa, países. Pero también son cosas distintas, porque los argentinos no son bongwutseños, ni los bongwutseños son argentinos. Aunque son todas personas. Me llamo Oscar Cito y soy persona, nací en Bongwutsi. Para mí la palabra truz es una palabra importante, dice mucho.


Truz, truz, truz… En Bongwutsi, “truz” significa felicidad. La palabra está rescatada de una vieja tradición que se cuenta de los indios Solaris. La leyenda dice que al cumplir los 21 años, los Solaris se sometían a un juicio -el Truz-, en que un jurado determinaba si las personas eran felices en sus vidas. Si el veredicto era positivo, se les concedía la vida. Si no, la muerte. Yo, Oscar Cito, persona, estoy vivo y por eso les cuento mi historia.


Así eran los Solaris, rotundos, no tenían ni un pelo de zonzos. Quizás sea simplemente porque eran todos pelados y no tenían ni pelos de zonzos ni pelos de ninguna especie, o quizá era porque tenían la convicción de que se vive para ser feliz -o sino para que tanto lio-. Las malas lenguas cuentan que la tribu de los Solaris desapareció luego de que un turista suizo los vio a todos felices y quiso comprarles 100 gramos de felicidad. Los Solaris, si bien eran felices, también tenían alma de comerciantes. Se reunieron para ver cómo hacer para venderle los 100 gramos al turista suizo. Manolo, cacique y dueño del almacén ubicado a doscientos metros del cacicazgo central, propuso no esperar ni un minuto, porque “hoy no se fía, mañana si”. Los demás estuvieron de acuerdo y salieron a buscar a la felicidad, revolvieron bolsillos, pantalones y árboles, pero no la encontraron. La felicidad no estaba por ningún lado. Fue una búsqueda tan ardua, tan desesperante, que sólo un hombre sobrevivió. Me llamo Oscar Cito y soy hombre, sobreviviente. En ese momento tenía 20 años y aún no había sido sometido al Truz. Me quedé en casa y no salí a buscarla a la felicidad. “Para qué, si así estoy bien”, le dije al cacique cuando vino por mí.


El cacique no lo castigó porque no había tiempo que perder, había que encontrarla a la felicidad. Si de todos modos, “cuando cumpla 21 años, ya va a a aprender este chico lo que es ser feliz”. Las buenas lenguas se preguntan si Oscar Cito sobrevivió porque no tenía pantalones con bolsillo, o que será que tenía diferente a los demás. Manolo el cacique y todos los demás fueron muriendo uno a uno en la búsqueda. Los que decidían quien era feliz y quien no, esos también se murieron, ni idea tenían dónde estaba la felicidad. En pocos días, vi como en el pueblo todos se murieron, uno por uno. Vi las caras tristes en los cadáveres. Fui a enterrarlos en un lugar diferente a los muertos por Truz. No quise mezclar a los felices con los infelices. No sabía quiénes eran unos y quienes eran los otros, pero por las dudas que no se mezclen.


En Uzbekiztan, Truz es el nombre de un pintoresco pueblo. En Truz no existe el dinero, porque todos se conocen y se ponen de acuerdo cuando necesitan de intercambios. Nadie tiene demasiado y nadie tiene muy poco, aunque todos tienen sus lindas casitas, cada una de distintos colores. “De cada quién según su capacidad, a cada quien según su necesidad”, suele repetir Feli Pe, el intendente con dientes de conejo. Otros animales, como vacas, cerdos y gallinas –y también los conejos-, suelen caminar por las calles del pueblo junto a los humanos, y a nadie se le ocurre comerse a ninguno de los otros seres que caminan. También son famosas las fiestas de Truz, tan sencillas que solo tienen dos cosas: música y gente. Los relatores de leyendas dicen que en Truz jamás se escuchó un grito, nunca una pelea, si total la gente se quiere y es afectuosa con los demás. … bonito pueblo Truz. Me hablaron mucho, quizás vaya para ahí. Ni idea si estoy lejos o cerca, aunque la verdad es que nunca supe muy bien que son las palabras “lejos” y “cerca”.


En Burundí, Truz es un muy popular sobrenombre femenino, que nos dan a las chicas que creemos en Truz, el lugar –un lugar no es un juicio, ni tampoco una palabra-. Sabemos que Truz no existe, aunque acá tienen una alta consideración por las chicas que aún sabiendo que Truz no existe, igual creemos. No solo que es alta la consideración, sino que además nosotros, los indios Amahoro, elegimos a nuestras princesas entre las chicas Truz. Somos gente pragmática, sabemos que para obtener realidades, nada mejor que soñarlas. Ya les dije, me llamo Oscar Cito y soy un sobreviviente a punto de emprender un viaje. Tengo idea de ir hasta Burundi para que sigamos el viaje juntos. Con ella, la que escribe. Juntos hasta Truz, el lugar.


Andrés Lewin


(inédito, en proceso)

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